DISCURSO MANTENEDOR ACTO DAMAS – SÁBADO 26 AGOSTO 2023
Para ver el vídeo en YouTube pincha aquí: https://youtu.be/hhYGS9uEvFE?si=orF6HRIp8rRx4oWF
Edgar Abarca Lachén
Señor Alcalde, Autoridades, Damas, ciudadanos de Barbastro, queridos amigos:
Muchísimas gracias por contar conmigo como Mantenedor de las Fiestas de Barbastro este año. Es un gran honor y espero estar a la altura de esta responsabilidad.
Gran parte de lo que somos, en gran medida, se define por el entorno donde ha transcurrido nuestra infancia y donde nos hemos criado. Donde hemos sido queridos, mimados y educados. Aquel lugar en el que hemos jugado y también, por supuesto peleado.
En mi caso, Barbastro constituyó el campo de pruebas de todo eso. El tejido donde pude dar rienda suelta a mis primeros sentimientos de felicidad y donde aprendí que la vida es tremendamente hermosa.
Nací en esta ciudad cuando todavía no había hospital, en una clínica que meses después sería clausurada y ya desde bebé apunté maneras para que no tuvieran que preocuparse por mi apetito.
Fui un niño gordito y con gafas criado en el barrio de San Fermín. Vivíamos en la calle Estadilla, frente a las almendras Jordán y el matadero municipal. Casi toda mi infancia gira en los alrededores de la calle Saint Gaudens, cuyo epicentro era el templete de chapa cuya maqueta de palillos y cartulina había visto miles de veces en el despacho de mi padre Antonio.
Ese barrio comenzó siendo un auténtico descampado y sin asfaltar, donde mi madre Sussi con ayuda de mi abuelo Joaquín, abrieron una farmacia gracias al desarrollo urbano y poblacional del barrio del Ensanche, San Valentín y los acuartelamientos, pero sobre todo, gracias a la generosidad y humanidad de sus vecinos.
Poco a poco esa calle se convirtió en una de las más comerciales y con más energía de Barbastro. Una auténtica explosión de vida con comercios y comerciantes extraordinarios. La tienda de ultramarinos del Sr. José, el estanco de Eliodoro, la pescadería de Esther y Ángeles, el CompreBien, que fue uno de esos comercios precursores de las grandes superficies, la librería Marian, la frutería Garriga, el Bar Alhambra, el material eléctrico de Electrofil con Goyo al frente, Singer y sus máquinas de coser, la carnicería Ximenis o Distribuciones Comerciales. También la lechería Ballarín donde la gente iba a comprar la leche cruda y donde había una señora siempre de negro que iba recogiendo cartones de quien no recuerdo su nombre.
Pasé muchas horas en la rebotica jugando, experimentando y haciendo maldades con todo lo que encontraba. Botes de vidrio, cuerdas, alcohol, muchas broncas y algún disgusto. Allí se me quedó grabado para siempre el olor ácido de los reactivos del laboratorio donde se hacía absolutamente de todo. Recuerdo a mi abuelo sacando sangre y a mi madre con los tubos de ensayo de un lado para otro y mirando a través del microscopio. Esa parte oculta de la farmacia supuso un mundo asombroso en el que siempre se me permitió desarrollar algo que es fundamental en la infancia: la curiosidad.
Mi otro escenario favorito era el despacho de mi padre en la Casa Baselga del Coso. ¡Qué curioso es el mundo de los olores y la infancia!. Mientras hablo viene a mi mente un olor penetrante a humedad desde que entrabas en su portal lúgubre, subías hasta la primera planta y te adentrabas en un mundo fascinante tras esa puerta negra.
Sus múltiples habitaciones con techos altos y puertas acristaladas, algunas de ellas con murales y láminas revolucionarias, eran sede de ACUSO, la Asociación Cultural del Somontano y del periódico Zimbel y también un estudio de arquitectura. En esa época no sé qué pesaba más para papá, si la lucha contra ese Barbastro gris y casposo o la necesidad de ganarse la vida, pero en todo caso, a mi me daba igual con tal de estar con él.
Para mi significaba hacer volar mi imaginación en un universo sin límites, dibujando horas y horas en grandes tableros con rotuladores Carioca de mil colores que mi padre siempre me obligaba a tapar después de usar. La imaginación, otra de las bases de la infancia.
De ese lugar nacieron grandes iniciativas de todo tipo y constituyó el punto de reunión de un Barbastro que apuntaba cambios políticos y generacionales que fueron trascendentales en la historia reciente de esta ciudad. También, entre esas paredes, nació algo más tarde un sólido plan general de urbanismo que todavía hoy, 40 años más tarde, sigue vigente.
Otro entorno que recuerdo con nitidez es el irreemplazable mundo de los bares. Las croquetas y la ensaladilla del Bar Manolo, las deliciosas tapas de huevo y seso del Alfredo, la animada Matilde, la encantadora placita de toros en el minúsculo bar Los Claveles donde mis tíos se me llevaban de vermú y el rancio abolengo del Hotel San Ramón y su cocido madrileño.
Un momento mágico eran los sábados por la tarde cuando mi madre salía al centro a hacer sus compras. Arrancar por la calle Monzón era un auténtico espectáculo. Una recta en la que se concentraba una vitalidad insólita. Parar en la botería Abadías para que Ricardo me regalara una navajeta me hacía muy feliz.
Recuerdo también otras tiendas que para mi eran fascinantes, como Sederías Goya, de la que no sé porque recuerdo sus intensos colores, la sastrería familiar Gibanel y los infinitos almacenes Artero, que eran como el Corte Inglés local.
Ese paseo de la mano de mi madre tenía parada obligatoria para el cucurucho de barquillo de chocolate de la Flor de Aragón o un trozo de empanada de Güerri. En ocasiones especiales como Navidad, nos acercábamos al paraíso por antonomasia: la juguetería Sambeat y su suelo de madera crujiente, donde Pili Labrador con su eterna sonrisa, me ayudaba a elegir los regalos que luego me traerían los reyes. Bueno, después me traían lo que les daba la gana….
Como ya os podéis imaginar, la farmacia y el despacho, no dejaban parar a mis padres demasiado en casa y la señora que nos cuidaba a mi hermana Marina y a mí era Carmen Rubiella, una mujer remanguda y de corazón inmenso que nos quiso con un amor infinito. Carmen era la esposa de Santiago Portella, un singular policía urbano de casco y guantes blancos que charraba francés con los turistas.
Lógicamente mi infancia está ligada a mis primeros amigos y enemigos y al juego eterno en el barrio, con un recuerdo especial por los entonces temibles gemelos Cobo Cabo y el bueno de Lorenzo Lasaosa.
Tiempos de juego a base de litonazos en el margen del río Vero donde ahora está La Cadiera, entre los maderos de la Serrería Nevot o en alguna de las obras en plena construcción (algo hoy impensable) que eran lugares frecuentes para nosotros y que siempre nos deparaban grandes aventuras.
Y por supuesto mi primera bici roja de carreras del taller de José Antonio Torres. Otro lugar legendario, repleto de bicis y motos, con un suelo irregular de cemento y olor a gasolina y caucho, quien con el ceño algo fruncido, siempre acababa atendiéndome y pensándolo bien, no sé si alguna vez logré pagarle.
Al volver la vista atrás, me preocupa contemplar como los niños de ahora no campan a sus anchas y los padres estamos tremendamente preocupados por mantenerlos en su jaula de cristal bien pegadicos al móvil cuando pienso que seguimos teniendo una ciudad segura y pacífica. ¿Qué sociedad estaremos construyendo que tenemos tanto miedo?
En esa época, Barbastro tenía nada menos que tres cines: el Cortés, que afortunadamente aún está entre nosotros (¡qué sería de una ciudad sin cine!), el Teatro Principal y el Argensola, un original edificio de cuyos accesos laterales colgaban unas enormes fotos retroiluminadas en blanco y negro. A mi me parecía un lugar fascinante y todavía a día de hoy no acabo de entender, por muy enferma que estuviera su estructura, que no siga conformando parte de nuestro paisaje urbano.
Tuve la suerte de estudiar en el Colegio Alto Aragón, que yo siempre llamaré Escuela Hogar, un auténtico logro social que garantizó el acceso a una educación de calidad a los chavales de la redolada y que estaba nutrida de magníficos maestros vocacionales, que me transmitieron el respeto y el esfuerzo con mayúsculas: las señoritas Agustina Ayats, Mariluz Pueyo y Encarna Almazán y Don Manuel Palacio, Don Antonio Fondevila, Don Miguel Fuertes y Don Ramón Solana, propietario de una alpargatería en la plaza del Mercado, quien me enseñó a leer como hoy aquí, pronunciando y respetando escrupulosamente las pausas marcadas por las comas y los puntos.
Fue un tiempo para aprender a curtirse en la batalla: liarse a peñazos contra los de Berbegal no era tarea fácil. Tampoco perder al futbol contra todos los colegios. Recuerdo que los de los Escolapios iban impecables con su equipamiento y jugaban fenomenal. Yo era un auténtico manta y me ponían de portero, supongo porque todos querían marcar goles y me recuerdo a mi mismo con terror a que me dieran un pelotazo en las gafas…no sé si eso era compatible con que te respeten en el campo y supongo que debió significar la semilla de mi pasotismo actual por ese deporte.
Sin embargo conocí el mundo del judo, que tantos años practiqué y que tantos valores como la seguridad, la calma y la paciencia me han aportado a lo largo de la vida. Siempre por supuesto de la mano de Juan Tornés, que fue un maestro, un filósofo y ahora un amigo.
Mi llegada al Instituto Hermanos Argensola, constituyó la consolidación de mi primera pandilla, ese grupo de grandes amigos, algunos de los cuales están lejos haciendo cosas importantes y que en todo momento llevo tan cerca: Emilio, Eduardo, Yeyo, Raúl, Juan, Santi, Jorge, Kike, Toño y Cudi. También en esa época descubrí el amor, las alianzas inquebrantables y las grandes pasiones.
Fueron tiempos de mucho cachondeo y como decimos por aquí, destalentamiento. Interminables tertulias en el Argensola con profesores admirables como Dani Rubio y Agustín Faro, que nos adentraron en el mundo siempre vehemente del conocer, discutir, rebatir y apasionarnos por todo. Horas y horas con abundante literatura, teatro, filosofía y muchas dosis de política.
Risas y copazos hasta altas horas de la noche en el Edelweiss (parada obligatoria al lado de la academia Newton), Nevada, Metro, Público, la Sociedad, Minos, la Cueva, Queen, el Origen o el Okupa (este sólo en momentos muy puntuales). La verdad es que fuimos muy afortunados entonces, con un Barbastro que tenía una sorprendente marcha nocturna y que nos evitó muchos botellones (a excepción de los garitos para fiestas claro está). Tampoco me puedo olvidar de los correspondientes veranos en la piscina de la Sociedad a la que llegábamos en bici para ver el Tour y ese porrón de cerveza que siempre nos esperaba.
Barbastro y la sociedad en general fueron transformándose para adaptarse a tiempos cada vez más europeos. Creo recordar que mi generación fue la primera que se libró de la mili y prácticas antes rutinarias como que los rebaños pasaran por el centro, se volvieron inconcebibles. Aún recuerdo a mi madre, que en esa época era titular de sanidad, cabreada como una mona porque veía como alguna oveja se metía en un comercio y el asfalto estaba lleno de cagadas.
Reconozco que mi búsqueda constante del camino vocacional siempre fue borroso. Eran momentos para comenzar a pensar en el futuro, en lo que querías ser. Ahí es nada. Siempre me gustó la parte artística. Desde pequeño me apasionó escribir, incluso llegué a ganar algún concurso de literatura y solía presentar mis trabajos a máquina para admiración de la maestra y cierta envidieta de mis compañeros.
El dibujo y la pintura tampoco se me daban mal. Pero eran los tiempos del éxtasis de la titulitis y había que buscar algo con cierta rimbombancia. Eso del arte estaba ligada al hambre, así que quise ser arquitecto pero tuve miedo de que las matemáticas se me atragantaran. Ahora con el paso de los años, presiento que el oficio no se me hubiera dado mal de todo, aunque ya nunca lo sabré.
Esto me hace pensar en el tremendo daño de las políticas de llevar la Universidad a la puerta de cada casa, con decenas de facultades de todo y para todos, y lo que ha supuesto desde entonces. Durante años se ha considerado a la formación profesional como algo de segunda y es un hecho, que el sistema ha rechazado sistemáticamente los oficios y desatendido las necesidades reales de las empresas.
Parece que la cosa va cambiando tímidamente, pero por el momento nos ha colocado a la cabeza del ránking de paro juvenil en Europa.
En esos momentos, qué importante puede ser la influencia del profesor en la elección de una carrera y en la búsqueda de las dichosas vocaciones. A su vez, éstas pueden ser determinantes dependiendo de los profesores, para bien o para mal.
Finalmente opté por la carrera de farmacia, que aunque siempre me había gustado, creo que rechazaba de reojo al visualizar mi destino demasiado claro, demasiado cerca, cuando en época adolescente tu objetivo es huir de todo lo que está excesivamente establecido.
Sin embargo cuando llegué a Pamplona supe que eso era lo mío. En la Universidad de Navarra encontré una carrera preciosa y a profesores excelsos que determinaron mi forma de concebir la profesión y también mi amor por mi actividad docente en la actualidad.
Entre ellos, el Profesor Gamazo de microbiología, nos instaba a traer noticias al aula para analizarlas y diseccionarlas. Ya entonces él adivinaba lo que hoy es rutina: que nuestro futuro pasaría por situaciones en las que todo fuera discutible y que a través de los medios de comunicación o de desinformación, todo quisqui iba a saber más de bacterias y del uso de antibióticos que tú.
También el profesor José María Arcos de salud pública, nos arengaba para quitarnos la bata y salir a la calle a tomar el pulso a la sociedad. Eso es algo que siempre llevo conmigo desde entonces y que creo debe ser prioritario para cualquier profesional: el interés por saber lo que la sociedad demanda de ti.
Barbastro podría ser una de esas ciudades que ahora llaman Slow Cities o lentas. Poblaciones de menos de 50.000 habitantes, que buscan una mayor calidad de vida sin renunciar al ambiente urbano, que resistan a esa globalización que hace que todos los lugares parezcan iguales y promuevan la diversidad cultural y un estilo de vida saludable.
¿Acaso no tenemos los mimbres para llegar a todo eso? Nos conocemos todos aunque sea de vista y podríamos ser capaces de saludarnos a diario. Desde aquí aprovecho para pediros que nunca abandonemos las sanas costumbres de darnos los buenos días o al menos nos dediquemos un críptico “talogo”.
Nuestras cifras de desempleo son mínimas, estamos bien comunicados tanto por carretera así como electrónicamente y el acceso al AVE es relativamente fácil. Disponemos de un importante hospital, un centro de salud en ciernes cuyo contenido espero sea digno de un edificio espectacular, unas dotaciones deportivas de primer nivel y la UNED, que es referencia a nivel nacional.
Y por supuesto una gastronomía única con productos locales excepcionales. Casi sobra mencionar sus vinos, el aceite y el tomate rosa. Pero ¿qué me decís de sus esparraguetes, sus acelgas y borrajas?. Definitivamente nuestra huerta no puede reducirse a la anécdota de los sábados por la mañana en la plaza del mercado y a alguna tienda aislada, sino que debería universalizarse por el bien de la humanidad.
Un amigo que vive en una de esas ciudades dormitorio en el perímetro de una gran capital, me decía algo que los de aquí subestimamos quizás con demasiada frecuencia: que Barbastro, mucho más pequeña y mucho menos poblada, es una ciudad con alma, o lo que es lo mismo, no es anodina.
Un lugar que tiene algo, con retranca, que se nota que está vivida y que su encanto, más allá de la belleza, viene conferida por esas sensaciones que producen un placer indescriptible: sus rincones, sus bares y plazas, sus sombras, sus olores y sus capazos improvisados.
Y cómo no, Barbastro me ha dado a mi mujer Pati y mis hijas, Vega, Greta y Shira, mi mayor tesoro, el motivo de mis madrugones y de mi inevitable tendencia a liarme cada vez en más proyectos. Sin lugar a dudas, son el máximo logro de mi currículum.
Está claro que Barbastro es un lugar prodigioso para vivir, pero como todo en la vida, siempre hay aspectos mejorables. Si en algo estamos de acuerdo, seguro que es en que necesitamos retener y aumentar la población joven, sinónimo de vitalidad, dinamismo, ideas y energía. Y sin embargo, seguro que muchos de vosotros os preguntáis, por qué el joven barbastrense que termina la carrera en Zaragoza acaba decidiendo vivir allí, y pasarse al lado oscuro de los cheposos.
Desde el punto de vista de un ciudadano de a pie como yo, hay sobre todo dos factores que determinan esa incapacidad de retención: un centro urbano desamparado y un tejido industrial que debe mejorarse.
La mejora del casco antiguo, podría posibilitar una vivienda digna que atrajese a los más jóvenes, que evitara la generación de guetos, que fuese un aliciente para las tiendas y que en la medida de lo posible fomentase las vías peatonales, que en definitiva promueven el roce y promocionan la convivencia. No sé si esta podría ser parte y sólo parte de la clave de un hecho que merece especial atención: el preocupante cierre de comercios de toda la vida y que han supuesto sin lugar a dudas nuestra principal seña de identidad.
Por otro lado, está la eterna asignatura pendiente del desarrollo del polígono Valle del Cinca, que debo reconocer que por mucho que me lo expliquen, no acabo de entender qué ocurre con esos sempiternos obstáculos para fomentar la instalación de más empresas con un músculo que genere un mayor número de puestos de trabajo.
En este punto tengo que aclarar algo. Desde que tengo perro y recorro otros polígonos, reconozco que he descubierto empresas punteras con enorme talento que emprenden, innovan y trabajan con alta calidad. Sólo hay que asomarse estos días a Ferma Innova para constatarlo. Hablo de Pymes nuevas así como aquellas de toda la vida que con esfuerzo e imaginación se van transformando.
De hecho he tenido una experiencia vital cercana, como ha sido la construcción de nuestra nueva casa, donde he constatado que Barbastro cuenta con profesionales de primer nivel que técnicamente nada tienen que envidiar a los de grandes urbes. También nuestra propia farmacia, que afortunadamente va creciendo gracias a la constante inversión en tecnología y en la formación de un personal que es el auténtico motor de la misma. Gracias desde aquí a todos ellos.
No puede ser casualidad que dos universidades en diferentes momentos se hayan interesado para hacer cosas en Barbastro. Desconozco las razones de que no fraguaran las propuestas, pero sólo el hecho de haberse interesado por esta ciudad me parece tremendamente significativo e insto a nuestros políticos a que sigan trabajando en este tipo de oportunidades.
La red de oficinas de farmacia en España constituye un sólido tejido sanitario, envidiado en muchos países y que debería ser mejor aprovechado tras el COVID, donde nuestro sistema público de salud ha sido vapuleado. Es trascendental la optimización de recursos y el futuro pasa necesariamente por una conexión cada vez mayor y mejor entre los diferentes profesionales sanitarios.
En mi profesión, los retos del futuro pasan por abordar otra pandemia de la que se habla menos: el paciente mayor polimedicado. Y ante esto hay líneas de trabajo que van a marcar el futuro: una menor cantidad de medicamentos y una mayor adaptación de los mismos.
Tenemos una esperanza de vida cada vez más alta y en paralelo todos tomamos más fármacos. Y aunque parezca paradójico, para un boticario que a priori debería ganarse la vida vendiendo pastillas, uno de nuestros objetivos debe ser comenzar a desmedicalizar, es decir, intentar que las personas tomemos cada vez menos medicamentos apoyando a la atención primaria en esta función.
Además, mediante la formulación de medicamentos individualizados, que es mi especialidad, intentamos que los tratamientos se adapten a cada paciente y no al revés. ¿Por qué debo tomar la misma medicación que mi vecino si mis condiciones fisiológicas son absolutamente diferentes?
Debemos ser conscientes de la enorme cantidad de ingresos y muertes producidas por el mal uso y abuso de los medicamentos y la farmacia debería tener una posición estratégica para intervenir en la resolución de un problema de salud pública de primera magnitud.
Y por supuesto, no debemos olvidar a aquellos países que siguen necesitando tratamientos para enfermedades que aquí son anecdóticas. Nuestra experiencia primero en Etiopía y ahora en Senegal fabricando in situ medicamentos, en base a las necesidades reales locales como alternativa al envío de tratamientos para patologías de aquí que no tienen interés allí, está teniendo resultados prometedores.
Por último y ya terminando, este mensaje va sobre todo para nuestras damas, símbolo de nuestro futuro. Vivimos tiempos difíciles en los que impera la posverdad, la corrección política e ingentes dosis de manipulación.
Las redes sociales y la inteligencia artificial a golpe de alerta en los móviles y las tablets, han llegado a un punto en el que se ha puesto en tela de juicio la verdad como concepto único y se habla de diferentes verdades según la perspectiva de cada cual, lo que nos aboca irremediablemente a la polarización y la división permanente.
No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero hoy hay una falta evidente de cuestionamiento acerca casi todo. En el telediario, nos cuentan las consecuencias pero raramente las razones de las noticias.
Un claro ejemplo, ha sido la absoluta ausencia de debate acerca de los posibles orígenes del coronavirus, las medidas adoptadas, algunas por cierto gravísimas, así como qué lecciones hemos sacado de cara a otras pandemias que seguro, nuestros nietos sufrirán.
Ante esto, en mi opinión, nuestra única posibilidad es recurrir al pensamiento científico, a ese pensamiento crítico que persigue la verdad, la única posible. El problema es que la ciencia aquí no es prioritaria, cosa que hace mucho que la élite de la investigación española lleva denunciando.
Reconozco que apostar por el conocimiento como prioridad, supone mucho coraje por parte de nuestros gobernantes, que tendrán irremediablemente que estar cada vez más unidos y menos crispados, porque esto no va de derechas ni de izquierdas: lo que está en juego es nuestro futuro.
Queridas damas, como siempre digo a mis alumnos, jamás os creáis nada. Tampoco lo que yo hoy os he dicho aquí. Sed críticas con todo, porque los críticos son los verdaderos optimistas y buscad siempre la verdad.
En la medida de nuestras posibilidades, pienso que si Barbastro ha sido capaz de hacerse eco del trabajo de Pedro Tarazona, Ramón Juste, Azucena Bardají o Nunilo Cremades, mantenedores en ediciones anteriores, no todo está perdido.
Espero que se siga por este camino.
¡Muchísimas gracias por vuestra atención y muy felices fiestas!